sábado, 29 de septiembre de 2007

LAS HONRAS FÚNEBRES


Las honras fúnebres para el pedagogo JULIO LARREA se llevaron a cabo en Quito, Ecuador, el 21 de enero de 1988. Sus cenizas fueron llevadas desde la Argentina, por su esposa, Elba A. Martínez de Larrea, invitada por la Presidencia de la República del Ecuador, a cargo del Ingeniero León Febres Cordero. En esta ocasión hizo uso de la palabra a nombre del Gobierno, la Secretaria de Cultura, la escritora la Sra. Teresa León de Noboa, quien se expresó en los siguientes términos:

El Ecuador dolorosamente padece de un defecto grave: reconocer los valores y cualidades inmanentes de sus grandes hombres cuando ellos han partido. Esto es doblemente lamentable, pues faltó el tiempo oportuno para, a la vez de reconocer sus atributos, justipreciarlos a través de una adecuada ubicación dentro del ámbito estatal, permitiendo así que estos seres privilegiados se realicen dentro de su propio medio, beneficiando al desarrollo nacional, del que tanto necesitamos; y además porque los prohombres que vivieron este exilio, en este caso voluntario, regresan hoy sin la certeza de que fueron comprendidos.
Así ha vuelto a nuestra geografía el eminente señor Dr. Julio Larrea que tan bien enalteció el nombre de nuestra patria en varias partes del mundo.
Apenas ahora nos ufanamos, después de conocer tardíamente su trabajo, en admirarlo en el campo educativo y cultural, que llenó toda su existencia, especialmente como maestro universitario e infatigable escritor pedagógico, como lo demuestra su múltiple producción bibliográfica, cuyo núcleo ideológico fue el hombre y su problemática formativa.
En el Ministerio de Educación y Cultura tiene un sitio preponderante, puesto que su vida y su labor trazaron trayectoria indeleble que ha abierto rutas para las generaciones presente y futuras que trataran de imitarlo. Rindo póstumo homenaje a su memoria a nombre de la institución y del personero que hoy dirige sus destinos.
Siento dentro de mí el verdadero estremecimiento, porque a la vez que estoy frente a los despojos mortales, estoy con el alma abierta al lado de su esposa, una hermana latinoamericana; ella es la que recoge la admiración, respeto y gratitud por las experiencias que vivió junto con su compañero.
Dr. Larrea: su vasta labor intelectual será fructífera, porque el mensaje llegará a la juventud.
Estará gozando de la tranquilidad de su misión cumplida, en este santuario.



A continuación, su esposa, la Dra. Elba A. Martínez de Larrea, agradeció a las autoridades, como sigue:
Vengo desde la lejana tierra argentina a la célebre y heroica Quito, invitada por el Gobierno de la República del Ecuador, para rendir postrer homenaje a quien fuera en vida JULIO LARREA, mi Maestro incomparable, mi amigo fidelísimo y mi compañero inseparable por su inconmensurable espíritu. Debo expresar mi más rendido agradecimiento por haber acogido con ejemplar valor cívico el deseo postrimero de este insigne ecuatoriano de que sus despojos mortales descansen para siempre en su amada y añorada Patria, al Sr. Excmo. Presidente de la República, el Ing. Don León Febres Cordero, quien en alto ejemplo de ecuatorianidad y de americanidad esenciales, ordenó todas las providencias ejecutivas para el cumplimiento de la última voluntad de un ecuatoriano excepcional que en su largo exilio mantuvo incólume su absoluta fidelidad a su ciudadanía porque trocarla por otra le pareció siempre traición de lesa Patria. También agradezco muy conmovida a Sr. Presidente del H. Congreso Nacional, el Dr. Jorge Zavala Baquerizo, al Sr. Ministro de Relaciones Exteriores, al Sr. Secretario General de la Administración Pública, Lic. Don Patricio Quevedo Terán, al Sr. Jefe Civil de la Casa Presidencial, Lic. Francisco Arias, al Sr. Embajador en la Argentina, Don Gonzalo Almeida Urrutia, al Cónsul General en Buenos Aires, Don Arturo Suárez Nieto y al Primer Secretario de la Embajada, Don Rubén Paredes, por los valiosísimos servicios prestados en tan dolorosa gestión.

JULIO LARREA fue mi compañero inseparable. Con él me unimismé en los momentos más felices de mi existencia; con él compartí su vida de lucha bravía en defensa de los ideales de libertad, justicia, democracia, república y los de la dignificación humana; con él hicimos un alto en el camino urgidos por las fatigas laboriosas; con él conviví el dolor enfrentado siempre con la templanza que daban su fe, su esperanza, su optimismo en un porvenir venturoso y finalmente debí soportar sin quejas ni lágrimas por ser tan hondo y lacerante el sufrimiento, su infausta muerte, acaecida en la aciaga noche del 18 de agosto de 1987, muerte tan sentida y lamentada en las mentes y corazones de todos cuantos lo conocieron y admiraron en su larga y fructífera y ejemplar existencia. Muerte que no sólo enluta al Ecuador, su noble Patria, a sus patrias adoptivas México, Chile y Argentina, sino a toda la América y al mundo. Sobre todo a esa América que él vislumbró con la fe del visionario bolivariano, a la que él amó con toda la fuerza de su inigualado espíritu creador, a la que consagró los excepcionales poderes de su mente genial, de su corazón apasionado y de sus manos laboriosas, en su condición de pedagogo sin par, sociólogo, político, escritor de primerísima línea y de singular estadista.

Hoy a cinco meses de su muerte, sus cenizas vuelven a Quito, tierra a la que pensaba regresar con sus propios pasos en este enero de 1988 después de una larga ausencia, para besarla con la unción de un hijo que retorna a su hogar luego de haber hecho un largo peregrinaje por tierras lejanas en un duro ostracismo en el que se impuso el incruento sacrificio de acerarse frente a los dulces y frecuentes recuerdos bondadosos de sus seres queridos a los que llevaba en sus entrañas y circulaban por su sangre, tierra que soñaba volver a admirar en el imponente Pichincha, escenario de la hazaña de Sucre, en la cadena de viejos volcanes extinguidos, en sus ensangrentados atardeceres, en sus calles que suben y bajan, en su sabroso sol, en sus lluvias “lavanderas”, en el indio “cerebro y corazón de América” , en sus cholos “embriagados de coraje”, en su plaza de la Independencia, teatro de tantos aconteceres históricos en los que fuera protagonista destacado y en la que tanto enseñó con su conversación fluída, amena, atractiva, salpicada con el humor de su “sal quiteña”, en el olor a papel recién impreso de EL COMERCIO y EL DÍA y de LA CASA DE LA CULTURA ECUATORIANA donde fue dejando día a día, cartilla tras cartilla, sus páginas densas, valientes, convincentes, salidas en armónica conjunción de su cerebro, de su corazón y de sus manos, historia viva y palpitante de este grande, pequeño y heroico país. Porque JULIO LARREA pese a sus largas ausencias debidas a su espíritu libérrimo y rebelde que rechazaba todo yugo esclavizante, todo convencionalismo asfixiante, toda pavonería hueca y empenachada, es tanto por su vida como por su obra, historia viva del Ecuador y de América.


Nacido en tierra bravía, fue como Juan Montalvo “batido en lava”. Y fue también como Juan Montalvo un hombre recio, fuerte, de presencia gallarda y altiva que hizo su obra en soledad como un enorme y admirable picacho nevado del Ande ecuatoriano.

Y fue también como Juan Montalvo un polemista de fuste, dentro y fuera del Ecuador, un estilista admirable sin igual en la Pedagogía, la Sociología, la Política y la Economía. En él todo surgía de la observación, confrontación y crítica de la realidad viva y candente. Todo en él era vitalidad pujante, armónicamente orientada por su luminoso pensamiento. En él idea y estilo tenían un ajuste perfecto. Había nacido con el don de la palabra y del pensamiento profundo, fuerte, renovador. Sabía conmover y convencer.


Tenía admiradores que pronunciaron sobre su personalidad y su obra los juicios más altos que pedagogo americano haya recibido en vida y también tuvo que enfrentar a verdaderas cadenas de mediocres detractores rencorosos y enceguecidos por la luminosidad de su genio creador que lo despojaron de sus cargos, de sus cátedras, le cerraron las puertas de todas las instituciones y cenáculos que crearon para estrechar filas y autoconcederse méritos en términos altisonantes para tratar de anularlo en su alta misión de educador auténtico. A todos supo él responder y aniquilar con su lógica demoledora, su altivez en el combate y la vista siempre puesta en las ideas.

A los dieciséis años publicó su primer artículo en EL COMERCIO. Y a partir de entonces y hasta su muerte, con su propio nombre y con numerosos seudónimos, escribió en diarios y revistas ya en español, inglés o francés artículos periodísticos, ensayos sesudos hasta completar varios miles y una treintena de libros siempre fustigando dictaduras oprobiosas de toda clase, elevando al habitante a la condición de ciudadano, corrigiendo errores acuñados como acierto por falsos líderes del pensamiento y de la ciencia y denunciando la traición a los más nobles intereses del género con la fuerza moral de su “pluma macho”, como tan certeramente la calificara Justino Cornejo.


Su valentía que a veces era temeridad , dejó huella indeleble en todo lugar donde le tocó actuar porque tenía el don singular de mover a la sociedad y a los pueblos, dentro y fuera del Ecuador, a cambios redentores al influjo de su palabra y de su acción. Realizó labor original e inolvidable no sólo en la escuela anexa del JUAN MONTALVO, en la SIMÓN BOLIVAR de Quito, en las Direcciones Provinciales de Cotopaxi y Ambato, en el Colegio Normal MANUEL J. CALLE de Cuenca, en la Dirección de Educación de Pichincha y en la Rectoría del Instituto Pedagógico de la Universidad Central sino que su obra sin par, única en el mundo, fue la creación y dirección de su famosa Revista de Educación y Cultura NUEVA ERA, estimada por los más autorizados Organismos Internacionales, por los más notables Presidentes y Ministros de Educación y por insobornables intelectuales, como “la mejor del mundo.” Y ésta fue la obra de un solo genio creador quien para hacerla no contó con el cargo de ministro ni con el apoyo del partido político ni con el interés mercantilista sino con la acogida de los mismos educadores, hasta de los maestros sin títulos, ávidos de realizar su magna obra. Y así, desde abajo y haciendo él solo todo en la preparación, distribución y circulación de NUEVA ERA, realizó la más genuina reforma educativa que se conoce en América, centró la acción en la elevación de la preparación de los maestros, es decir, desde los zócalos mismos de las nacionalidad. Dirigente máximo en el Ecuador de los movimientos mundiales a favor de la educación activa ,en su calidad de Presidente en el Ecuador de la “New Education Fellowship” con sede central en Londres, JULIO LARREA tanto en Revista como en su magnífico libro LA EDUCACIÓN NUEVA, estableció el equilibrio salvador de sistemas y métodos que impusieron el predominio total de los intereses de los alumnos sobre el papel conductor del maestro.

En justo reconocimiento de su labor incomparable fue invitado como Profesor Titular Extraordinario, el máximo rango académico a enseñar en las Universidades de México,Panamá, Venezuela, Puerto Rico, Chile, San Pablo, Federal del Brasil, Tucumán, La Plata, por cuatro veces en las más destacadas de los Estados Unidos, en Londres y París.

El reconocimiento mundial a su gran capacidad técnica y científica le fue dado por la UNESCO en 1948, al nombrarlo Consultor General del Seminario Mundial de Inglaterra.

Todas las posiciones en el Exterior las tuvo no sólo sin el apoyo del Gobierno del Ecuador, sino cuando era perseguido con cancelaciones honrosas para él surgidas desde la misma Presidencia de la Nación.

En 1932, mi compatriota y reformador genuino de la educación argentina, Víctor Mercante, le reconoció la condición de ser uno de “los fuertes” de la América y le presagió cincuenta años de “soplo fecundo para su país y los demás americanos. Y este presagio se cumplió a cabalidad. Su obra magna, su DIDÁCTICA GENERAL, reconocida tanto en América como en Europa como la más importante de su tiempo, así como su DIDÁCTICA DE LENGUA Y LITERATURA ESPAÑOLAS, quedan como contribuciones únicas en la Ciencia Pedagógica hoy tan decadente con snobismos, parcelaciones, atomizaciones y confusionismos.

Era hombre de paz, pero no de la paz de los sepulcros, sino de una paz laboriosa, insurgente, movida y fecunda, la única paz posible, en la forja de un porvenir promisorio para las generaciones presente y futuras de una América nueva.

En su última estadía en los Estados Unidos se ahincó su fe en los ideales bolivarianos para defender a nuestros pueblos de las asechanzas , la agresión múltiple ,el peligro constante de la vecindad de la gran potencia colonial y volvió a andar los caminos dolorosos y excitantes de esa América que él llamaba “nuestra”, una América que había perdido el timón de su alto destino por la demagogia y el autoritarismo.

En la Argentina hizo una labor ciclópea para mover a cambios salvadores a una juventud desorientada, xenófoba, chauvinista, ensoberbecida por la ignorancia, la concupiscencia del poder demagógico, plutocrático y totalitario del partido único que desembocó en la más cruel y sanguinaria dictadura militar de nuestra historia, juventud arreada por falsos educadores, buhoneros vendedores de la corrupción y el facilismo y que se irresponsabilizaron de su labor destructiva, saliendo del país con cargos bien remunerados, abandonando a los jóvenes ilusos a su propia suerte.

JULIO LARREA supo expresar su verdad incorruptible debiendo desafiar toda clase de peligros en tiempos tan duros. Y, cuando todos silenciaron, él siguió solo su lucha en defensa de una Argentina auténtica tanto desde CUADERNOS AMERICANOS, de México, como desde París y Londres. Continuó su lucha solo en una inmensa pampa de granito, en esa pampa de la parábola de Rodó “de color gris; en su llaneza, ni una arruga; triste y desierta; triste y fría, bajo un cielo de indiferencia, bajo un cielo de plomo”.

Y, para terminar, en esta tocante ceremonia presidida por el espíritu indestructible de JULIO LARREA debo decir con el corazón acongojado y desgarrado todo mi ser por una separación cruelmente definitiva, que sólo he podido cumplir con la voluntad postrimera de mi compañero tan amado y admirado, porque él me formó para los actos más heroicos, para las renunciaciones más sublimes y para los sacrificios más grandes en su ESCUELA HEROICA de la bondad, de la generosidad y de la meta puesta en el ideal, escuela de la que sólo él pudo ser el MAESTRO, en una nueva encarnación del famoso Caballero de la Mancha.

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